Hay personas que sólo viven centradas en ellos mismos. Piensan sólo en sacar beneficios del otro. Caminan por la vida sólo con actitudes y gestos vanidosos y altaneros. Se relacionan con los demás sólo desde la óptica de que “siempre tengo razón”. Demandan tolerancia sólo para sus errores, pero son condenatorios para los errores de otros. Piden que sólo se les perdonen las faltas cometidas, pero ellos no perdonan nada, ni a nadie. Este tipo de personas tienen el común denominador:  están y se sienten solos.

Cuando Jesús uso la figura del grano de trigo, estaba hablando de su propia muerte.  
Sabía que si Él no moría, el propósito redentor divino no se cumpliría. Quedaría sólo.

Para llevar fruto y no quedarse solo hay que morir.  
Hay que morir al egoísmo. Debemos morir a los pensamientos “ventajeros”.  
Hay que morir a las actitudes y gestos arrogantes.  
Hay que morir al orgullo de creer que lo mío es lo más importante.  
Hay que morir a los gestos intolerantes.  Morir al deseo rencoroso de hacer sufrir al que me hizo sufrir a mí.
Hay que morir a nuestro viejo hombre, cargado de vicios; y hacer que el nuevo, que es según la imagen de Cristo, brille para no quedarnos solos.
Hagamos que brille para que llevemos muchos frutos de buenas relaciones. De armonioso compañerismo. De lealtad amorosa en nuestras amistades.  

Bendigo tu vida en el nombre de Jesús, nuestro Señor, para que no te quedes solo.

 

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