La palabra conversión quiere decir cambiar de rumbo, dar un giro de 180 grados.

En este pasaje, Pablo les recuerda a los de Tesalónica la realidad de que otros hablaban de su cambio de rumbo y de actitud. Contaban como ellos se habían alejado de los ídolos y que, ahora, servían al Señor.

La conversión muestra que en nosotros hay una nueva forma de vivir, una nueva vida en Dios.  Somos nuevas criaturas en Cristo.

Para experimentar una conversión verdadera tuvimos que vivir un momento en el que fuimos confrontados con la realidad de que somos pecadores.  No hacíamos lo correcto a los ojos de Dios.

No puedo saber cómo fue ese momento para vos, pero recuerdo muy bien "mi momento".  Estaba en un campamento de jóvenes y alguien me confrontó.  Me habló de Jesús y de su amor, pero también de su justicia.  Me dijo que debía arrepentirme de mis pecados, pedirle perdón a Dios por estos y recibir a Jesús como el Señor de mi vida.  Ante mi negativa, esgrimió un lógico razonamiento, dijo: “si lo que yo te predico es mentira y vos crees, no pierdes nada.  Vas a ser un buen tipo que cree en un ser superior.  Pero si lo que yo te predico es verdad y vos no crees, vas a perder mucho porque la Biblia dice que el que no cree en Jesús se va al infierno”.  Me pareció extremista, pero me impactó su razonamiento.   “Yo no quiero ir al infierno”, pensé.

En ese momento, tomé la decisión más importante de mi vida. Me convertí al Señor haciendo esa sencilla, pero poderosa oración.  Eso implicó dejar de hacer cosas que estaban mal. Debí cambiar radicalmente mi forma de pensar y de actuar para alinearme con lo que la Biblia enseña.

Sin conversión, no hay manifestación de que somos nuevas criaturas en Cristo.  Como en el caso de los tesalonicenses, son otros los que notan y comentan nuestro cambio de vida.  A eso le llamamos testimonio del evangelio.  Eso es dar testimonio de Cristo viviendo en nosotros.  No es por esfuerzo personal, es solo mostrar la nueva vida que hay en nosotros.

Pr. Carlos Nelson Ibarra