Cuando Dios hizo transportar a su pueblo a Babilonia fue por un largo tiempo. O por lo menos, más largo de lo que ellos pensaban. Siempre los tiempos los maneja Él y según Su propósito. Nada sucede antes, ni después de Sus designios.
Les dijo que se instalen allí. Que no nieguen la proyección de vida a las generaciones venideras. Que permitan a sus hijos e hijas casarse y armar sus familias en ese lugar.
Vivir y sentirse extranjero es muy duro. Sin embargo, una de las experiencias más fuertes de la vida es cuando dejamos de sentirnos así y abrazamos como propia la tierra en la que estamos. Cuentan que el nacimiento de un hijo o nieto hace desaparecer el sentimiento de extranjero y vuelca el corazón en amor hacia ese nuevo hábitat. Esto es así porque nos hace sentir emparentados y cercanos a sus habitantes. Ahora tengo alguien de mi sangre que es nativo del lugar.
Estamos emparentados por ser parte de la sociedad, pues habitamos la misma ciudad. Vivamos amando nuestra tierra y sintámonos parte de ella. Cercanos y emparentados por ser ciudadanos del mismo lugar. Amemos la ciudad, amando a sus habitantes y trabajemos por el bien de ella y de ellos.
Hagamos de cada habitante un hijo de Dios que lo honre como Padre. Desde lo espiritual, es la forma de multiplicarnos. Proclamemos el evangelio y engendremos muchos hijos e hijas, y que no nos disminuyamos. Que seamos como el polvo: muchos y en todos lados.
Pr. Carlos Nelson Ibarra