Intimidados nunca [Hechos 4:18-20]

Cuando llegamos a la casa de un conocido, suele pasar que su perro —de un porte importante—, salga a ladrarnos.  Eso nos intimida, nos asusta, nos paraliza y aguantamos las ganas de huir corriendo, ¿verdad?  Miramos que todo esté cerrado y al ver que no podrá salir, nos tranquilizamos un poquito y esperamos que nos atiendan.  Es un ejemplo un tanto barrial, pero muy real para muchos de nosotros.

La intimidación es el arma preferida del enemigo.  El miedo se apodera de nosotros y nos paralizamos, o nos dan ganas de huir desesperados.  Así trabaja Satanás y sus servidores.

Cuando estamos llenos del poder de Dios, nada nos detiene, nada nos intimida, nada nos calla.  Pedro y Juan fueron agentes de transformación para aquel paralítico en la puerta del templo.  Predicaron un poderoso mensaje y se convirtieron como cinco mil varones.  

También, enfrentaron celos y resentimiento en los religiosos —hijos del diablo, según los había categorizado Jesús—.  Estos los maltrataron, los intimidaron y quisieron callarlos.  Al igual que el perro de nuestro amigo, el diablo quiso que huyeran sin cumplir lo encomendado. 

Pedro y Juan, ignoraron las amenazas y declararon que nunca dejarían de obedecer a Dios.  Que no era justo obedecer a los hombres antes que a Dios.  Nunca nadie los callaría.  Seguirían diciendo lo que habían visto y oído.

Nadie puede ni podrá evitar que prediquemos a Jesucristo como el único en quien hay salvación.  Nadie podrá evitar que proclamemos que “no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.  Solo en Jesucristo hay salvación.

Aunque ese perro derrotado y gruñón de Satanás quiera intimidarnos, aunque ande como león rugiente buscando a quien devorar, nunca podrá con nosotros.  

¡No te calles! ¡Que nadie te intimide!

 

Pr. Carlos Nelson Ibarra

 

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