A veces la angustia, la incertidumbre y la desesperanza se apoderan de nosotros.  Aquellos momentos extraordinarios de la vida solo son recuerdos y muchos grandes deseos parece haber muerto.

Esa era la situación de María Magdalena.  Jesús, su maestro, había muerto en la cruz.  No entendía porqué las cosas sucedieron de esa manera, no recordaba que Él les había dicho: “es necesario que el Hijo del Hombre muera, pero resucitará al tercer día”.  Estaba derramando su corazón con lagrimas frente a la tumba vacía, pero ese cóctel de emociones no la dejaban ver.  La presencia y el diálogo con los ángeles no pudo traspasar la coraza emocional que impedía que la revelación de lo sucedido llegue y explote en su espíritu. Tampoco el primer diálogo con el mismísimo Señor resucitado pudo llegar a su interior, lo confundió con el cuidador del lugar.

El Señor la llama por su nombre.  El recuerdo de esa voz amorosa y firme diciéndole: “María”, fue lo que permitió que la revelación caiga sobre ella.  ¡¡El Señor había resucitado, Él está vivo!!  

María lo reconoció como “gran maestro” (Raboni: expresa más que maestro, es “maestro de maestros”) y se lanzó sobre los pies del Señor.  Una mejor traducción del verso 17 dice: “suéltame” “no me detengas”.  Le quiso decir que no se quede allí con Él y la mando a anunciar lo sucedido a los suyos.  La voz del Señor pronunciando íntimamente su nombre la transformó, le permitió ver que el Señor estaba allí, muy cerca, vivo y victorioso.  Qué cambio profundo se produjo; de ser una persona desanimada y sin esperanza pasó a ser una testigo entusiasta de la resurrección del Señor.

Nunca dejes que los momentos dolorosos, de incertidumbre y cargados de desesperanza formen un caparazón que te impida ver al Cristo victorioso a tu lado.  Confía, el Señor está muy cerca tuyo.  Él te llama por tu nombre.  Él te transformará en un testigo fiel y entusiasta de Su obra poderosa.

¡¡Cree, Él venció a la muerte, Él vive para siempre, Él está contigo, Él pronto volverá!!

Ptr. Carlos Nelson Ibarra