Estas son palabras de muchísima profundidad y a la vez de gran simpleza.  Son la expresión del cumplimiento de todo lo que Jesús habló acerca de levantarse de los muertos.

Los días de aquella Pascua fueron muy turbulentos; de emociones muy fuertes y de acontecimientos extraordinarios.  El maltrato exagerado que recibió, sólo por hacer bien a los necesitados.  Esas palabras de esperanza dichas a aquel delincuente arrepentido que colgaba a su lado.  Las palabras de preocupación por el bienestar de su madre que le dijo a Juan.  Su grito agónico y de profundo dolor espiritual al sentirse separado del Padre.  La oscuridad que reinó durante esas horas.  El suspiro final de “consumado es”.  El terremoto que levantó a algunos de la tumba.  El velo del templo rasgándose a la mitad.  Una muerte reconocida como la de alguien que era inocente.  Su entierro apresurado en manos de José de Arimatea.  Muchos acontecimientos extraños para un solo día.

Llego el día de reposo cargado de un silencio abrumador.  Día en el que discípulos, familiares y amigos enfrentaron emociones muy fuertes: frustración, soledad, dolor e incomprensión por lo sucedido.  Parecía que todo había terminado.  El tiempo gozoso de esos años extraordinarios vividos junto a Jesús, se cambió en lamento.  La gracia de Dios vista en Su rostro, manifestada en Su amor y perdón al necesitado, hasta acá llegó.

Pero Dios siempre tiene la última palabra.  Palabras que muchas veces no recordamos con claridad o no entendimos en su totalidad.  Palabras que desafían nuestra humana comprensión del asunto.  “No está aquí, sino que ha resucitado”, dijeron los varones con vestiduras blancas y resplandecientes.  Palabras explosivas para esas mujeres desanimadas que vinieron a ungir un muerto.  Fueron desafiadas en sus mentes para recordar lo que El mismo les había dicho.  Fueron las primeras testigos de un acontecimiento histórico y poderosamente único.  Fueron movilizadas a salir de su apesadumbrado luto y se transformaron en testigos entusiastas de la resurrección del Señor.

Sin importar cuantos acontecimientos difíciles estés enfrentado.  Recordá Sus promesas, El ya ganó por nosotros. 

Recordémos que ya venció el pecado, al Diablo y a la muerte al resucitar.  Ahora vive para nunca más morir.  Él no está en una tumba.  EL HA RESUCITADO.  Él vive para siempre. 

 

¡¡¡Felices Pascuas!!!

Ptr. Carlos Nelson Ibarra

 

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