Cuando servimos actuando en nuestras fuerzas, las ganas se nos acaban rápido.  No se puede hacer una obra espiritual con fortaleza humana.  Isaías ya era profeta antes de esta experiencia, pero su vida y ministerio no fueron lo mismo después.

Cuando vivimos una experiencia verdaderamente fuerte con Dios, siempre somos movilizados hacia algo más grande.  Ese temor que brota en nuestro espíritu al ver la grandeza, el poderío y la autoridad del Señor nos impulsa a obedecerlo sin reparos.  No hacen falta muchas de estas experiencias, al profeta, ésta fue suficiente para todo el resto de su vida.

El temor se apoderó de Isaías (v. 5), se veía muerto.  Los hebreos creían que ver a Dios era señal de una muerte inminente.  Ese temor a Dios lo llevó a confesar su pecado y el de su pueblo (v. 5).  Ese temor lo impulsó a llevar adelante la misión que el Señor tenía en su corazón.  Ese temor al Señor lo impulsó a ir.

Uno de los poderosos efectos que produce el temor de Dios es movilizarnos hacia la misión.

También debemos aprender a ver, en el espíritu, al Señor en nuestras vidas.  Ver su grandeza, poderío y autoridad nos tiene que bastar.  Ver su grandeza y poderío en la creación, tiene que ser suficiente revelación para temerle y rendir nuestra voluntad a Su propósito.  La grandeza y autoridad de sus deseos establecidos en Su Palabra deben producir tal reverencia que nos impulse a ir.

Ir es movilizarse hacia donde están aquellos que necesitan oír Su Voz.  Ir y decir a los rebeldes que el Señor los destruirá.  Ir y hacer saber al incrédulo que está perdido sin Dios.  Ir y decir al que está desorientado que el Señor enderezará sus pasos.  Ir y decir al de poco ánimo que en Dios está la fortaleza de los siglos.  

 

Por temor al Señor. Hay que ir.

Ptr. Carlos Nelson Ibarra.

 

Devocionales anteriores