Uno de los más grandes defectos del ser humano es creer que su apreciación de la vida es la mejor y, obviamente la correcta.  

Creemos que las cosas, incluso espirituales, son como las vemos.  No siempre la realidad es como la percibimos nosotros.  La verdadera y cruda realidad siempre está a los ojos de Dios, nunca a la óptica humana.  Nuestra mirada siempre es limitada, parcial, de enfoque distorsionado y de escasa profundidad.  Sólo vemos lo que nuestro sentido nos informa.  Nuestro punto de vista es infinitamente parcial al lado del de Dios.  Nosotros vemos en parte.  Dios ve el cuadro completo.

Balaam, el profeta mercenario, comienza esta declaración profética sobre Israel con una proclama contundente y totalitaria: “¡Dios no es como nosotros! No dice mentira alguna ni cambia de parecer. Dios cumple lo que promete.”  Y en los versículos siguientes desarrolla una serie de realidades de “cómo Dios ve a su pueblo”.

Dios es inmutable, de visión clara y fiel; seguro de sí mismo, no anda con doble ánimo ni cambia de parecer.  Él jamás miente.  Él jamás se arrepiente.  Él nunca cambia de opinión.  Él habla y las cosas suceden.  Él promete y siempre cumple.  Por Su voz, el universo fue creado.  A su voz, todo lo creado obedece y funciona según Su orden.  El poder de su Palabra es creador y vivificante para los que la oyen.   

“Él dio orden de bendecir”, expresó Balaam.  Y eso nadie lo puede cambiar (Nm. 23:20).  Hay una orden en los cielos de bendecir al pueblo.  Hay un estado espiritual decretado de ser benditos de Dios.  Cuando le creemos a Su Palabra y actuamos en obediencia, es inevitable que Sus bendiciones nos alcancen (Dt. 28:2).  

El decreto divino de bendición está firmado con la sangre de Cristo en la cruz.  Pablo dice: “… que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. (Ef. 1:3)

No oremos tanto para que Dios nos bendiga.  Mejor oremos y ocupémonos de ser más obedientes, pues ya está decretado por Él nuestra bendición.

Buena semana!!

Ptr. Carlos Nelson Ibarra