Eclesiastés es uno de los libros que más me gusta de toda la Biblia. Es un libro donde el escritor se sienta a reflexionar sobre todos los aspectos de la vida. Reflexiona sobre aquello a lo que los seres humanos solemos darle mucho valor. Cosas que ocupan nuestro tiempo, fuerzas y energías. Cosas por las cuales nos cargamos de ansiedades. Cosas por las que nos preocupamos en demasía.

Dice que se ocupó de hacer crecer sus bienes trabajando desmedidamente para ello. Concluyó que era un buen regalo de Dios; pero que aún mejor regalo divino es poder disfrutar el fruto de ese trabajo.

También se ocupó de crecer en sabiduría, inteligencia y conocimiento y declaró que todo eso era vanidad, o como lo dicen otras versiones “es como querer atrapar el viento con las manos”.

Usó de todos sus sentidos para el placer. No se limitó en nada. Degustó de todos los manjares que podía comer, miro todo lo que quiso ver, tocó todo cuanto se le dio la gana tocar y se entregó a todo tipo de placer que se le ocurrió vivir. Concluyó que aún todo eso no lo llevó a la plenitud de vida que él buscaba.

Todo en la vida es pasajero. Ninguna cosa que hagamos nos podrá llevar a la plenitud de vida que buscamos. No hace falte negarse a nada de lo que ella nos ofrece. Pero debemos saber que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Y que toda obra será juzgada por Él.

Al finalizar el discurso nos enseña que lo más importante es temer del Señor.  Es andar en el reconocimiento de la grandeza, magnitud, tamaño, fuerza, poder y santidad de nuestro Dios obedeciendo sus mandamientos.

Eso es lo que de verdad hace completo al ser humano.
Eso es “el todo del hombre”.
Eso es lo que de verdad nos da plenitud.
Nuestro “todo” es temerle y obedecerle.

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