Una de las experiencias más duras que un verdadero cristiano enfrenta es el desamparo de todos los que lo rodean. El Señor lo experimentó cuando lo llevaron preso después de Getsemaní. Todos sus discípulos y amigos huyeron. Pablo también lo experimentó en su primera defensa.

Quizá vos también has enfrentado momentos donde todos lo que te rodeaban se olvidaron de vos. En el momento que más los necesitabas se “borraron”. Seguro que, como yo, les echaste la culpa y los tildaste de ingratos. Sentiste que estabas totalmente sólo, nadie comprendía tu dolor y soledad, y te enojaste sobremanera con tus íntimos, amigos y familiares.

Ya cansado de pelear con tus fuerzas te acordaste del Señor y retomaste las oraciones, que hacía rato no tenías y, si las tenías, estaban cargadas de queja y de “por qués”.

En realidad no nos dábamos cuenta de que Dios estaba tratando con nosotros. Lo que Él quiere enseñarnos en esos tiempos, es que lo único firme y estable a nuestro lado, es Él. El único capaz de darnos fuerzas para superar la soledad y el desamparo, es Él. El único que tiene la capacidad de librarte de la boca del león, es Él. El único que prometió estar siempre a tu lado, es Él.

No veamos el desamparo con una bronca almática, sino con la gracia soberana de Dios. Saquemos de nosotros todo resentimiento y veamos que Su compañía nunca falto. Dejemos de lado el enojo perdonando y orando al Señor para que no les tome en cuenta ese error típico de la naturaleza humana.

Que tenga una muy buena semana, disfrutando de la compañía fortalecedora y liberadora del Señor.

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