Estancarse en la vida es frenarse ante el rozamiento que los demás componentes de ella nos ofrecen. Nos estancamos en el dolor de la partida de un ser querido. O por un mal manejo económico. A veces nos paralizamos por no aceptar la soberanía de Dios y nos encontramos en el estanque sin entender que Él no nos quiere allí.

¡El paralítico de Betesda estaba estancado desde hacía 38 años!

Quizás su estancamiento comenzó en aquel momento en que quedó tullido.

Se estancó en la dependencia de otros, ya no se podía mover sólo. Se estancó en la costumbre rutinaria de esperar que el agua se mueva. Se estancó en la visión miserable de él mismo, pensando que era imposible llegar al agua. Se estancó en la autocompasión de que no tenía nadie que lo lleve ni bien el agua se movía. Se estancó en la frustración competitiva de tener que llegar primero.

¡Jesucristo pasó por allí y cambió sus 38 años de triste historia!

Jesús emitió una Palabra “Levántate, toma tu lecho y anda”. Si el enfermo se quedaba sin moverse de acuerdo a esa Palabra los resultados no hubieran sido los que hoy conocemos. La Escritura nos dice que “al instante fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo”

Si estás viviendo un tiempo de estancamiento, te animo a que creas que Jesús está a tu lado diciéndote: “levántate, toma tu lecho y anda”.

Levántate, toma esa dificultad que te estancó en una parálisis y camina victorioso/a mostrando que ella no te retiene más.

Ahora sos vos el que la llevas como un testimonio de que Cristo te dio la victoria.

Te animo a que por la fe vayas siempre por más. Nunca más paralizado y menos estancado.

Cuando creemos que Él está a nuestro lado, no hay parálisis que nos estanque, ni estanque que nos detenga.

 

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