Qué gratificante es saber, que aunque pasan los años, podemos contar con amigos que han sido parte de nuestra historia. Que aunque están lejos desde lo geográfico o por desarrollo de vida, aún son muy cercanos en nuestro corazón. Sólo hace falta cruzarlos o encontrarlos en algún lugar para que el alma se nos ensanche. Esos son amigos que amamos a pesar del tiempo.

También están aquellos que amamos por estar bien cerca. Aquellos que sin llamarlos vienen y nos dan una mano. Que sin importar mucho si los invitamos, siempre se sienten invitados a nuestra casa. Esos son amigos de todos los días.

Sería muy bueno que te tomes el tiempo de escribirles y saludarlos, recordando lo valiosos que han sido o son en tu vida. O mejor… andá a visitarlos y charlen de aquellos tiempos vividos; de esos momentos únicos que han compartido. Si es cercano pasa un rato “charlando” sinceramente de lo mucho que vale para vos.

Sé que puedo parecer anticuado, pero me resisto a creer que los amigos de verdad sólo se contactan por las redes sociales. Para mí los amigos de verdad pasan tiempo juntos.

El valor de la amistad se construye con el contacto físico, hablar cara a cara mirándonos a los ojos, estrechar un cálido y efusivo abrazo, saltar de alegría por el logro conseguido, llorar juntos si es necesario, y hasta enfrentarnos y enojarnos por no estar de acuerdo. Todo eso hace que en humildad, reconocimiento y pedido de perdón por nuestras diferencias, nos conozcamos más íntimamente. Esto hace que nuestra amistad se fortalezca en el tiempo.

La amistad es un valor sublime (por algo Jesús nos llama amigos) que es extremadamente necesario edificar con ladrillos de sinceridad y franqueza.

¡Que pases un Felíz Día del Amigo!

Devocionales anteriores