“Del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín”, escribió el apóstol.  Esta es una frase que revela la forma en que un hebreo presentaba sus credenciales de identidad.  Era la forma en que se presentaba como parte del pueblo elegido por Dios.  

Pablo, les muestra que ninguna de sus ganancias humanas y terrenales era suficientemente valiosa al lado de Cristo.  Él decidió perder esos derechos de sangre por el amor de Cristo.  Derechos que el resto de sus hermanos hebreos esgrimían como garantía de respaldo divino.  

Creían que por ser “hijos de Abraham” eran más especiales, para Dios, que lo otros pueblos.  Eso los llevo a la vanidad, al menosprecio y a la discriminación, y a no compartir el amor de Dios con las otras naciones.  Quisieron “monopolizar” a Dios.  Se adueñaron de Dios y perdieron de vista que Él es el dueño de todo.  Ellos, los de la sangre judía, no recibieron al Mesías. Por eso Dios hizo que todos los que le reciben, los que creen en su nombre tengan el derecho de ser hechos hijos de Dios. (Jn. 1:11-13).

La Iglesia es la familia en la fe.  La iglesia le pertenece a Jesucristo.  Es la agencia de Dios para manifestar Su amor a la humanidad.  Nunca nos adueñemos de lo que es de Él.  No hay problema con decir: “ésta es mi iglesia”, por el cariño y amor que produce el sentido de pertenencia.  Pero, ¿actuar como dueño de ella?   Es un pecado de “usurpación de propiedad privada”.  Es usurpar propiedad divina.

Si por la gracia de Dios venimos de una “buena familia cristiana”, celebro junto a vos esa bendición.  Pero eso no nos da derechos sobre otras.  No somos más que nadie.  

Si venimos de una “familia pésima”, oremos juntos para mejorar.  Pero eso tampoco nos hace menos que nadie.  

En el Señor y su amor somos todos iguales.  Su amor eterno e incondicional es mucho más valioso que cualquier herencia terrenal.  

Cito lo que Jesús dijo cuando lo buscaban su madre y sus hermanos.  Él le dio más valoración a la relación con el Padre que a los lazos sanguíneos.  No es algo anti familia, sino es poner en orden los afectos y las prioridades.  “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y mi madre” (Mt. 12:50).  

La obediencia a la voluntad del Padre nos hace más familia que lo sanguíneo.    

 

¡¡Les mando un fuerte abrazo, amada familia en la fe!!

Ptr. Carlos Nelson Ibarra

 

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