Movete con seguridad y sin titubear entre las mesas donde se exhiben los manjares de Nabucodonosor. No sólo eso, sentate a la mesa del rey, sonreí, se cordial, que jamás te falte tema de conversación con él. Sé el mejor en el manejo de su idioma y en el estudio de su especialidad, que no haya ninguno como vos en ese reino. Hay un sólo límite que no podes trasgredir, y es el límite menos pensado, el de la comida. Jamás te atrevas a "pellizcar" y llevar a la boca algo de esa mesa, porque el problema no reside en el contexto y las personas de las que te rodeas, ¡es más! Dios te quiere en ese exacto lugar, Él es un estratega por excelencia. Sabe muy bien lo que hace cuando te sienta en esa mesa. La contrariedad comienza en tu ingesta, en aquellas cosas que dejas entrar a tu organismo y terminan transformando y contaminando tu Ser Interior.

¿Quién no conoce la historia de Daniel, Ananías, Misael y Azarías? Nunca nombran a los otros tres, pero fueron cuatro los que manifestaron su negativa a ingerir la comida del rey. De todas las cosas a las que estaban siendo sometidos, ¿se opusieron a comer de lo mejor del reino? Si. Pero lo que hicieron encierra un poderoso principio mucho más profundo y contemporáneo de lo que imaginamos. 

El problema no era la carne y el vino del rey. El impedimento era su procedencia, ya que venía de los templos, donde habían sido ofrecidas a los ídolos. Incluso el vino había sido consagrado en libaciones delante de los dioses. Ingerir esta comida y beber este vino, formaba parte de un programa de "asimilación" por parte del rey.

Daniel, Ananías, Misael y Azarías fueron sometidos a un proceso de “asimilación cultural”. Y curiosamente, fueron los mejores aprendiendo de los caldeos. Asimilaron idioma, historia y vestimenta. Pero jamás admitieron cambios en su Ser Interior, conocían a quien pertenecían realmente. 

Hoy es una fecha especial para recordar que pertenecemos a Jesús. Su sangre, aún vigente, enmarcó nuestra vida en límites innegociables, límites que se traducen en libertad interior. Aunque el mundo no lo comprenda, de Cristo somos. Su cruz atravesó nuestro corazón, vivamos conforme a esa realidad.

Ivana Sanhueza

Devocionales anteriores