“¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” (NVI)
Amaba salir a jugar por las tardes, en la siesta. Mis amigos (vecinos), con quienes crecí, tenían por costumbre jugar en ese horario. La verdad es que a todo adulto le molesta que en ese momento del día haya alboroto, y mis abuelos no eran la excepción, pero varias fueron las veces que cedieron y me dejaron hacerlo. Por la mañana (no siempre) me proponía realizar las tareas que ellos me pidieran para al fin poder escuchar: “Podés salir a jugar, pero no hagan mucho ruido. No queremos quejas de los vecinos” Es decir, dependía de mi comportamiento el ganarme la oportunidad de salir a jugar.
Lo cierto es que esta manera de pensar la he visto muy seguido en mi vida y en la vida de quienes me rodean. Esta semana leía en Gálatas 3:3 cómo Pablo les llamaba la atención a los creyentes de ese entonces por medio de una pregunta: “¿Pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?” o dicho de otra manera, “¿Intentan ganar el favor de Dios a través de su actuar, cumpliendo las leyes de Dios, o un conjunto de reglas inventadas por los hombres?”.
Debo decir que esto se parece mucho al legalismo y es un problema con el que todos lidiamos de distintas formas e intensidades. El serio problema está en que no se descansa en la obra de Cristo, la que nos permite ser aceptados y bendecidos por Dios, sino en un estándar de conducta establecido por uno mismo que muchas veces es difícil de sostener (Lucas 11:46).
La realidad del asunto es que el evangelio nos mueve a la obediencia por el hecho de haber sido aceptados por Dios por pura gracia, pero el legalismo nos dice que debemos primeramente obedecer para ser aceptados.
Recuerda, aceptado por Dios primero y obediencia después. No pierdas el tiempo impresionando a los hombres con tu manera de vivir; descansa en Aquel que te amó y te hiso libre para que le sigas en obediencia.
Somos aceptados en la presencia de Dios y bendecidos todos los días por Él, únicamente por causa de Cristo, no por lo que haces o dejas de hacer.
¡Que nuestro corazón sea fortalecido por Su gracia!
Hno. Agustín Topalda