“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.”
La justicia de Dios es lo único que mantiene nuestra esperanza en alto, pues nada es más exacto que el juicio o justicia de Dios sobre las situaciones o personas. Dios es Justo. Su justicia es lo único seguro en el universo.
Él es un santo equilibrio entre disciplina y amor. Él, de ningún modo, tendrá por inocente al malvado. Nunca dejará sin castigo al culpable. Pero, a la vez, su amor cubre multitud de faltas.
Este sano equilibrio se ejecutó en la persona de Jesucristo.
En Él, Dios, descargó toda la disciplina necesaria por los malvados culpables. Y a la vez mostró la inmensidad de Su amor.
Por amor castigó (cargó) en Él los pecados de todos los hombres. Eso es justicia y misericordia manifestada en santo equilibrio. Para cumplir con la justicia divina y mostrarnos el eterno amor de Dios, Jesús llevó en su cuerpo nuestros pecados y mató nuestras maldades en la cruz. Por eso los que creemos en el nombre de Jesús, hemos sido justificados a través de la fe.
El hambre y la sed son los dos apetitos más agudos que el ser humano puede enfrentar. Tener hambre y sed de justicia debe ser el apetito más agudo del verdadero creyente.
En ese hambre y esa sed de que Dios se manifieste, está la gran dicha de un verdadero discípulo porque, sin dudas, será saciado.
Confiar y esperar en la justicia de Dios es garantía eterna de saciedad. No importa cuán injusto sea tu entorno o la situación que estás enfrentando, clamá a Él y dejá que Dios sacie tu hambre y sed de justicia.
Si estas enfrentando un agudo apetito por justicia, espera dichosamente en el Señor, pues Él te saciará.
¡¡Buena semana!!
Ptr. Carlos Nelson Ibarra